¿Alguna vez te has preguntado por qué seguimos en relaciones o situaciones que no nos hacen completamente felices? Como mujeres, muchas veces caemos en una trampa sutil pero poderosa: intercambiar nuestra autenticidad por seguridad.
La dinámica puede ser familiar o con amigas: modificamos nuestro comportamiento, opiniones y hasta sueños, convencidas de que así mantendremos esa seguridad que tanto valoramos y que buscamos fuera de nosotras. Nos convertimos en expertas en intuir qué quieren los demás de nosotras y moldeamos nuestra personalidad para encajar en esas expectativas.
Esta adaptación constante tiene un precio alto. Mientras externamente parece que tenemos todo bajo control - la familia funciona, el matrimonio se mantiene estable, los hijos están atendidos, el grupo de amigas armonioso - internamente sentimos un vacío creciente. Es como si hubiéramos firmado un contrato invisible: "Si me mantienes segura, seré quien tú quieras que sea".
Pero la verdadera seguridad no viene de complacer a otros. La paradoja es que cuanto más nos alejamos de nuestra esencia por mantener esa falsa sensación de seguridad, más inseguras nos sentimos realmente. Es un círculo vicioso que nos deja exhaustas emocionalmente.
Las señales están ahí: esa sensación de estar viviendo una vida que no es completamente nuestra, el resentimiento silencioso hacia nuestra pareja o familia, la envidia secreta hacia mujeres que parecen más libres y auténticas. Nos decimos que es normal, que es parte de ser esposa y madre, que es el precio de la estabilidad. En algunos casos, es cuando viene esta pregunta ¿por qué si lo tengo todo, no me siento plena? Y peor aún, viene la culpa.
El cambio comienza con la consciencia. Reconocer este patrón es el primer paso para romperlo. No se trata de hacer cambios dramáticos o arriesgar la estabilidad familiar que hemos construido, sino de empezar a recuperar nuestra voz auténtica en pequeños momentos cotidianos.
¿Qué pasaría si empezáramos a expresar más nuestras verdaderas opiniones? ¿Si nos permitiéramos mostrar nuestros desacuerdos de manera respetuosa? ¿Si comenzáramos a establecer límites saludables? ¿Si el diálogo con nosotras mismas se transforma?
Lo más doloroso de esta realidad es que la mayoría de nosotras vivimos esta incoherencia en silencio absoluto. Nos cruzamos en el supermercado, en la escuela de nuestros hijos, en reuniones familiares, todas cargando el mismo peso invisible, todas fingiendo que todo está bien, todas ahogando las mismas preguntas incómodas. Es una soledad compartida que, irónicamente, nos une en nuestro silencio.
Es posible ser una esposa comprometida, una madre presente y una mujer auténtica al mismo tiempo. No son roles excluyentes, aunque la sociedad a veces nos haga creer lo contrario. La clave está en encontrar ese balance donde podamos ser fieles a nosotras mismas sin descuidar a quienes amamos.
El proceso puede generar resistencias, tanto internas como externas. Es normal sentir miedo al cambio, a la desaprobación, a la pérdida de esa aparente seguridad. Pero la recompensa de vivir en coherencia con una misma vale cada momento de incomodidad en el camino.
El verdadero amor, ya sea de pareja, familiar, de amistad o hacia una misma, florece en la autenticidad. Cuando nos atrevemos a ser quienes realmente somos, creamos relaciones más profundas y significativas. Ya no necesitamos el intercambio de seguridad por comportamiento, porque encontramos nuestra verdadera seguridad en la aceptación de nuestra propia esencia.
Y a ti, ¿qué te dice ese silencio interior? ¿Cuántas veces has negociado tu autenticidad por una falsa sensación de seguridad? Quizás es momento de empezar una conversación honesta, primero contigo misma, y después... ¿quién sabe? Tal vez descubras que no estás tan sola como crees.
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