top of page

Ayudar es un Acto de Violencia

  • 27 jul
  • 5 Min. de lectura

La primera vez que escuché esta frase me quedé en shock.

¿Qué?

¿Cómo algo tan noble y tan humano como ayudar podía verse así?

Me parecía una locura.

Y, sin embargo, esa idea se quedó conmigo, como una semilla que algún día floreció cuando logré integrarla de verdad.

Hoy, muchos años después, esa frase vuelve a mí.

Estoy revisitando mi misión, mi visión y la forma en la que acompaño a otras mujeres.

Y no solo la entiendo con una claridad distinta… también la confirmo.

Por eso hoy quiero compartirla contigo.

Porque “ayudar”, desde el lugar en el que lo hemos aprendido, no siempre es amor, aunque lo parezca.

A veces, ayudar significa imponer nuestra forma de ver la vida sobre la experiencia del otro. Es como decir, con palabras o sin ellas:

“Yo sé lo que tú no sabes. Yo puedo hacer lo que tú no puedes.”

Y aunque la intención sea buena, el resultado puede ser todo lo contrario a lo que buscamos:

quitarle a la otra persona su poder.

Además, nos aleja de una de las bases más profundas del amor:

LA IGUALDAD.


Dos manos casi tocándose

La Diferencia entre Ayudar y Acompañar


Me lo encuentro todos los días en mi trabajo:

  • “Por favor descodifícame.”

  • “Sé que tú me vas a ayudar con esto.”

  • “Le pasé tu contacto a una amiga para que la ayudes.”

Son frases llenas de buena voluntad, de amor, de esperanza. Pero si me pongo en el papel de “la que ayuda”, me convierto en alguien que, de alguna forma, confirma que la otra persona no puede sola. Que necesita que yo haga algo por ella.

Y ahí es donde me detengo. Porque no creo en eso.

Mi misión nunca ha sido ayudar, sino acompañar.

Sostener el espacio para que la otra persona recuerde que ya tiene dentro de sí todo lo que busca.

Mi labor no es “arreglar” a nadie, sino acompañar para que cada mujer pueda verse, escucharse, sentir, y reconocer su propio poder.

Ayudar puede ser (sin darnos cuenta) una forma de violencia, porque niega la capacidad del otro de resolver su propia vida.

En cambio, acompañar es un acto de amor profundo, porque respeta el proceso, los tiempos y el aprendizaje único de cada persona. Cuando actuamos desde el ego, esta diferencia se vuelve una batalla interminable.


El Error de Querer Salvar a Todos


Si eres de las que siempre quieren ayudar, quizá esto te resuene.

Nos enseñaron que “ser buena” es estar para los demás. Y claro, eso viene del corazón. Pero cuando intentamos salvar a todos, cuando nos ponemos por encima de su experiencia, nos desgastamos, nos llenamos de frustración y, sin darnos cuenta, robamos algo importante: la oportunidad de que el otro se descubra a sí mismo.


¿Cuántas veces has resuelto algo por alguien que luego volvió a caer en lo mismo?


No es porque esa persona no pueda, sino porque el aprendizaje no puede ser tomado prestado.

Cada quien necesita vivir su proceso, caer, levantarse, equivocarse y descubrir su propia fuerza.

Acompañar: Un Acto de Respeto y Amor


Para mí,

acompañar significa estar presente.

No dar las respuestas, sino abrir el espacio para que cada quien encuentre las suyas.

Significa mirar a la otra persona con una certeza profunda:


“Sé que puedes, aunque hoy no lo veas, o aunque creas que no será así.”


Pero hay algo clave aquí: la diferencia está en el lugar desde donde hacemos las cosas.

Porque no es lo mismo acompañar desde el amor que hacerlo desde el ego.

El amor confía, respeta y sostiene.

El ego, aunque se disfraza de buenas intenciones, busca validarse, sentirse necesario o “salvador” del otro.

A veces, incluso en el camino espiritual, podemos caer en lo que se conoce como el ego espiritual.

Aprendes algo que transforma tu vida y te parece tan valioso, que quieres contárselo a todo mundo para que le “ayude” en su vida también.

Es como cuando descubres un restaurante que te encanta y quieres que todos lo prueben.

¿Te suena?

Yo también he estado ahí.

Es una tendencia natural, pero muchas veces no viene del amor sino de la necesidad de que los demás vean lo mismo que tú ves, de demostrar que tu camino “funciona”.

Y a veces, no sé, me han contado, terminas queriendo que todos los demás cambien, y tu propia transformación pasa a segundo plano.

¡Qué gran forma del ego de disfrazarse para evitar tu propia expansión!


Mamá sosteniendo a bebé aprendiendo a caminar

Acompañar No es Imponer tu Descubrimiento


Acompañar es confiar en que cada persona encontrará su momento, su ritmo y su verdad.

Es estar presente, no para empujar ni para caminar por el otro, sino para sostenerlo cuando necesite recordar que ya tiene todo lo que busca.

Es como cuando una madre ve a su hija dar sus primeros pasos. No le quita la oportunidad de intentar, caer, levantarse y volver a intentar. La sostiene, pero no camina por ella.

Así veo mi trabajo hoy: no “ayudar” para que hagas lo que yo creo que debes hacer, sino acompañarte para que descubras quién eres, qué te mueve y qué necesitas soltar para caminar ligera.


¿Y si Comenzamos por Nosotras Mismas?


Quiero invitarte a mirar algo:

La mejor forma de acompañar a alguien no es intentando resolverle la vida, sino permitiendo nuestra propia expansión. Porque solo cuando nos damos ese espacio de sanación, de amor propio y de claridad, podemos sostener verdaderamente el espacio para otra persona, sin cargarlo de expectativas ni de nuestra necesidad de “arreglar”.

Cuando hacemos este trabajo interno, acompañar deja de ser un acto de “yo sé lo que necesitas” y se convierte en algo mucho más amoroso:

“Estoy aquí para ti, desde mi propia fuerza y mi propia paz.”

Uff… y esto, como mamás, ¡wow!

Que nuestros hijos sientan y vivan esto es un gran acto de amor.

Un regalo enorme que les ofrecemos: crecer sintiendo que pueden sostenerse a sí mismos, mientras nosotras nos ocupamos de nuestra propia expansión y confiamos en ellos.

Y claro, acompañar también es un regalo que damos a las personas que lo piden, pero no desde el rol de salvadoras del mundo. Porque no venimos a salvar a nadie.

Como mujeres, traemos generaciones enteras en las que se nos enseñó a cargar, a rescatar, a ser las que sostienen todo. Y si a eso le sumas el ser mujeres latinoamericanas, ese mandato es aún más fuerte.

Hoy, siento que parte de nuestra verdadera liberación como mujeres está en soltar ese rol de “tengo que salvar a todos”.

Acompañar sí, pero desde un lugar más consciente, más ligero y mucho más amoroso.

Estos días, al revisitar mi misión y visión, confirmo que acompañar no se trata solo de tener herramientas, sino de sostener la presencia, el amor y la claridad para que cada persona pueda recordar quién es en esencia y reconectar con su sabiduría interna.

Y justamente, mientras vuelvo a conectar con esta visión de acompañar a mujeres, estoy creando algo nuevo que nace desde este corazón.

Un espacio para las mujeres que están listas para mirarse de verdad, dejar de buscar afuera y empezar a escuchar lo que su alma les pide. Estoy afinando los últimos detalles y pronto podré contarte más, pero sí puedo decirte algo: será un viaje distinto.

Un espacio de verdad, de presencia, de amor, de conexión y de acción.

Como todo en la vida, creo que la clave está en el “desde dónde” hacemos las cosas, en la consciencia detrás de cada acto.

No se trata de ayudar para salvar a otros, sino de mirar con respeto y amor su grandeza, incluso cuando ellos todavía no la ven.

Porque al final, no necesitamos que nos “ayuden” a ser nosotras mismas.

Solo necesitamos, a veces, que alguien nos acompañe mientras lo recordamos.

Así que, la próxima vez que pienses “quiero ayudar”, te invito a recordar esto.


Con amor,

ree

Si te compartieron este blog y te gustaría recibirlo cada semana, puedes registrarte AQUÍ 👈👈

 
 
 

1 comentario


Sandra
28 jul

Wow! Qué forma tan diferente de "ayudar"

Me gusta
bottom of page