top of page

El Arte de Soltar lo que Pesa... para Abrir Espacio a lo que Sigue

  • 27 abr
  • 4 Min. de lectura

Muchas veces pensamos que el duelo es algo reservado para grandes pérdidas: la muerte de un ser querido, un evento devastador que cambia nuestra vida para siempre.


Pero la verdad es que no es un evento aislado en la vida. Más bien, en el día a día, vivimos pequeños, y no tan pequeños, duelos constantemente, muchas veces sin darnos cuenta y que además pueden estarse acumulando como capas sutiles dentro de nosotras.


Cada expectativa que no se cumple, cada relación que cambia o termina, cada proyecto que no se concreta, cada idea que soltamos de cómo creíamos que iban a ser las cosas…son pequeñas muertes internas que se van acumulando en nuestra historia.


Y, al igual que los "grandes" duelos, también merecen ser vistos, sentidos y honrados.


El duelo no se limita a la muerte física. Lo vivimos simbólicamente cuando alguien se aleja de nuestra vida —por elección o por circunstancias fuera de nuestro control—, cuando cambiamos de ciudad, de etapa, de identidad. Incluso cuando dejamos atrás una versión de cómo debería de ser alguien o de nosotras mismas que ya no encaja en la persona en la que nos estamos convirtiendo. Es una despedida silenciosa de algo que, de alguna manera, definía parte de quienes éramos.


En el fondo, todos los duelos tienen algo en común: implican soltar.
Lámparas de papel en el cielo

Pero soltar no siempre es sencillo. No es algo que se logra de un día para otro siempre, aunque a veces así lo deseamos. No es una meta que alcanzamos simplemente "entendiendo" que debemos dejar ir. No es una decisión fría de “ya no me importa” o “ya debería estar bien”.


Soltar es un músculo que se fortalece con amor.

Un músculo que se desarrolla con repetición, paciencia y práctica consciente como cualquier otro. Y como todo músculo, su desarrollo implica resistencia, incomodidad, momentos de duda.


Cada vez que fortalecemos nuestro músculo de soltar, debilitamos el músculo que podemos tener muy desarrollado: el apego. El apego a las personas, a las ideas, a los resultados, a las versiones conocidas de nosotras mismas. Esa fuerza interna que nos mantiene ligadas a lo conocido, aún cuando lo conocido ya no nos nutre o nos limita.


Hay momentos en que el soltar sucede de forma casi imperceptible. Como cuando dejas de buscar a alguien que ya no responde, o te das cuenta un día que aquello que tanto deseabas ya no ocupa espacio en tu corazón. En esos casos, el proceso fluye con una naturalidad que ni siquiera notamos que estamos dejando ir algo para poder avanzar.


Pero otras veces, soltar duele profundamente. Se resiste. Y no porque seamos débiles, ni porque estemos “atoradas”, sino porque lo que viene después no siempre es claro ni prometedor. Lo nuevo puede no necesariamente encantarnos. Lo nuevo puede asustar, ser incómodo, amenazante o simplemente desconocido.


Y a nuestra mente, ese vacío entre lo que se va y lo que aún no llega, de no saber qué vendrá después, le resulta insoportable.

Sin embargo, para poder crecer, una parte de nosotras tiene que morir. Y esa “muerte” es una de las razones más profundas por las que nos cuesta soltar.


Para evolucionar, para expandirnos, para florecer en nuevas formas, necesitamos permitir que ciertas etapas, ciertos apegos, ciertas versiones de nosotras mismas lleguen a su fin.


No desde el drama ni la tragedia.


Sino como parte del ciclo natural de la vida: igual que los árboles sueltan sus hojas en otoño para prepararse para el renacer de la primavera.


Vivir duelos es parte de nuestra humanidad.

No es un error. No es un fracaso.

Es una de las formas más puras en las que la vida nos invita a renovarnos.


Resistirnos a los duelos – a esos finales pequeños o grandes – es resistirnos también a nuestro propio crecimiento.

A nuestra propia vida en movimiento.


Por eso, reconocer nuestros duelos —sin minimizar, sin justificar, sin acelerar el proceso— es un acto de profundo amor propio.


Así que hoy quiero invitarte a algo sencillo, pero muy profundo:


Permítete vivir tus duelos.


Permítete sentirlos.

Sin prisa. Sin juicio. Con la ternura y la compasión que le darías a una niña que está aprendiendo a caminar después de caer.


El duelo no se transita desde la mente únicamente. Se transita con el corazón abierto, con el cuerpo presente, con la valentía de quien se permite ser humano.


Dándote permiso de estar triste, de enojarte, de sentir nostalgia, vacío, esperanza, alivio, todo junto o todo revuelto.


El duelo no tiene una forma correcta de vivirse.


No tiene tiempos exactos, ni rutas lineales.


Hoy quiero recordarte que puedes permitirte vivirlo con paciencia, compasión y mucho amor.


Que no tienes que exigirte “superarlo” rápido.


Que no estás fallando si aún duele, si a veces parece que avanzas y otras veces sientes que retrocedes.


Que sentir es parte de sanar.

Y también quiero recordarte algo muy importante:

No tienes que hacerlo sola.


Si en este momento te encuentras en medio de uno de esos procesos invisibles, reciente o acumulado, si algo en ti está dejando ir, cambiando, despidiéndose, quiero recordarte que estoy aquí para acompañarte a transitarlo.


A tu ritmo. A tu paso. Desde el amor. Respetando el lugar exacto en el que hoy estás.


A veces, caminar de la mano con alguien que te ve y te sostiene, hace toda la diferencia.


Aquí estoy si lo necesitas.


Con amor,






Si te compartieron este blog y te gustaría recibirlo cada semana, puedes registrarte AQUÍ 👈👈

 
 
 

Comments


bottom of page