La Ilusión de Que el Otro es el Problema
- 20 oct
- 5 Min. de lectura
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Ella se llama Monica.
Una mujer sensible, amorosa, con un gran deseo de paz.
Durante años, tuvo una relación con su hermana menor llena de roces.
Se querían, sí, pero todo el tiempo había comentarios, comparaciones, críticas.
Su hermana siempre la hacía sentir que no era suficiente.
Si cocinaba algo, encontraba un defecto.
Si contaba algo bonito de su trabajo, cambiaba el tema o soltaba una frase hiriente.
Y aunque Monica intentaba mantenerse tranquila, por dentro se sentía cada vez más pequeña.
Un día, después de una discusión fuerte, me dijo llorando:
“No sé por qué siempre me toca aguantar. Ya no puedo más. No entiendo por qué me hiere tanto lo que ella dice.”
Y ahí está la trampa en la que muchas veces caemos: pensar que el otro es el problema.
Que si esa persona no hubiera hecho lo que hizo, nosotros estaríamos bien.
Si no hubiera dicho eso. Si hubiera reaccionado distinto.
Si hubiera entendido lo que necesitábamos.
Y desde ese lugar donde duele, empezamos a creer que el perdón es la forma de liberarnos del otro.
Como si sanar dependiera de que el otro cambie.
Pero el verdadero perdón no tiene que ver con el otro.
Tiene que ver con cómo eliges mirarte a ti misma en esa experiencia.

Cuando el espejo duele
Después de escuchar a Monica, hicimos una pausa.
Le pedí que respirara profundo, que cerrara los ojos,
y que por un momento dejara de pensar en su hermana como “la persona que la lastima.”
Le pregunté:
“¿Qué sientes exactamente cuando ella te dice eso?”
Respondió:
“Siento rabia, pero debajo de la rabia hay tristeza. Porque en el fondo siento que tiene razón, que no soy suficiente.”
Silencio.
Y ahí apareció el espejo.
Porque hay algo muy profundo que ocurre cuando dejamos de ver al otro como enemigo
y empezamos a verlo como reflejo.
Su hermana no la estaba lastimando por placer.
Solo estaba mostrando, a través de su manera de hablar,
la herida que Monica aún no había abrazado dentro de ella:
esa sensación de no ser suficiente, de necesitar validación,
de querer ser “la buena”, “la que no da problemas”, “la que sostiene a todos.”
Y en ese instante Monica entendió:
no era a su hermana a quien tenía que perdonar.
Era a la versión de ella misma que había creído que tenía que ganarse el amor.
Cuando puedes ver el reflejo sin juicio, la vida deja de ser una lucha contra el otro y se convierte en una conversación con tu alma.
El espejo no justifica, revela
Ver al otro como espejo no significa justificar lo que hace.
No es decir “está bien que me haya gritado o traicionado.”
No.
Significa mirar qué parte de ti se activó con eso.
Qué parte de ti se sintió dolida, rechazada, invisible o traicionada.
Cada vez que alguien te saca de tu centro,
tienes una oportunidad enorme de conocerte más.
El espejo no muestra solo al otro… te muestra a ti.
De hecho, habla mucho más de ti que de la otra persona.
A veces lo que ves reflejado es algo que tú también haces, pero no te gusta reconocer.
Y otras veces, es algo que no te permites ser.
Si te irrita alguien que se muestra muy segura,
quizás hay una parte de ti que desea expresarse con esa libertad,
pero aprendió a reprimirla para no parecer egoísta.
Si te molesta quien siempre necesita atención,
quizás hay una parte tuya que aprendió a no pedir nada,
y se siente incómoda al ver a alguien hacerlo sin culpa.
El espejo no siempre refleja lo igual,
a veces refleja lo reprimido.
Y cuando en lugar de preguntar “¿por qué es así?”,
te preguntas “¿qué parte de mí se siente incómoda por esto?”,
entonces el espejo deja de doler y empieza a sanar.
Porque mientras sigas creyendo que el otro tiene el poder de hacerte sentir mal,
seguirás cediendo tu energía y tu evolución.
El espejo te invita a tomar de vuelta ese poder.
Todo es una excusa para amar
Y hay algo más:
cuando dejas de ver al otro como el culpable de tu sentir, se abre una oportunidad enorme frente a ti. No solo de verte, reconocerte o comprenderte… sino de amarte.
Porque todos estamos buscando, en el fondo, una excusa para expresar el amor que somos.
Todo, cada encuentro, cada roce, cada desencuentro,
es un catalizador para revelar el amor que somos.
Especialmente cuando el otro no reacciona como esperamos.
Y ojo: no se trata de permitir abusos o anularte.
A veces el amor se expresa poniendo un límite,
pero lo hace desde la conciencia, no desde el castigo.
Desde el “te pongo un límite porque me amo”,
no desde el “no mereces mi amor por lo que hiciste.”
La vida te presentará personas y situaciones que revelen dónde todavía no eres libre, dónde aún hay juicio o miedo.
Y puede que la gratitud no llegue de inmediato,
pero con el tiempo verás que fue gracias a esa persona, esa que creías culpable,
que pudiste ver lo que en ti aún pedía luz.
Visualización: mirar con los ojos del alma
Si la quieres escuchar con audífonos puedes ir al video de YouTube (minuto 10:31) AQUÍ 👈👈
Si puedes, cierra los ojos un momento.
Respira lento.
Piensa en alguien con quien has tenido conflicto.
Alguien a quien crees que necesitas perdonar.
Imagina que está frente a ti.
Solo obsérvala.
Y con los ojos del alma, mira más allá del personaje.
Más allá de la historia que compartieron.
Imagina que ambos son luz.
Dos luces que se encontraron para recordarse algo.
Pregúntate:
“¿Qué parte de mí se está mostrando a través de esta persona?”
“¿Qué me está ayudando a ver?”
“¿De qué me hace falta liberarme?”
Quizás te muestra tu necesidad de control.
O tu dificultad para poner límites.
O tu tendencia a olvidarte de ti.
O simplemente tu miedo al rechazo.
Y mientras lo reconoces, di internamente:
“Gracias por mostrarme esto. Ya puedo verlo. Ya puedo abrazarlo con amor.”
Respira.
Y siente cómo algo dentro se suaviza.
Porque cuando ves el reflejo, la herida deja de pelear.
Ya no necesitas defenderte,
ya no necesitas luchar.
Solo comprenderte desde el corazón.
Cierre: el otro no vino a lastimarte
El otro no viene a lastimarte, de hecho, nadie te hace nada.
Viene a recordarte quién eres cuando eliges el amor.
Cuando ves al otro como espejo, el conflicto se convierte en maestría.
Dejas de buscar culpables y comienzas a reconocer mensajes.
Dejas de reaccionar desde la herida y empiezas a responder desde la conciencia.
Perdonar deja de ser un acto que haces por el otro
y se vuelve un acto de amor por ti.
Cada vez que eliges verte con más compasión,
el reflejo cambia.
La relación cambia.
Tu energía cambia.
Así que la próxima vez que alguien te duela, recuerda:
“Esa persona solo te muestra el punto exacto donde aún no te amas completamente.”
Y en lugar de cerrarte,
mírate con ternura.
Abraza la incomodidad.
Respira dentro del dolor.
Porque justo ahí, donde creías que alguien te estaba dañando,
está tu oportunidad de reconocerte más profundamente.
De verte.
De amarte.
De volver a ti.
Cuando ves al otro como espejo, el conflicto se convierte en maestría.
Con amor,

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