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La Ilusión del Control

  • 3 nov
  • 10 Min. de lectura

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Hay una tensión casi imperceptible en el cuerpo cuando intentamos que todo salga bien. Y sin darnos cuenta, entramos en ese modo automático de sostenerlo todo.

Creemos que si soltamos el control, todo se va a desordenar. Que si no estamos al pendiente, si no intervenimos, si no pensamos tres pasos adelante… algo se va a romper. Nos da miedo soltar porque confundimos el control con el poder. Y sin darnos cuenta, vivimos con el cuerpo en alerta, intentando anticipar, corregir, ajustar… como si la vida necesitara que la sostuviéramos con fuerza para que no se desmorone.


Pero el control no es poder. El control es miedo disfrazado de seguridad.

Es esa parte de nosotras que no quiere volver a sentir lo que sintió alguna vez. Que no soporta la incertidumbre. Que teme repetir una historia. Y que entonces se aferra a los detalles, a los otros, al cómo deberían ser las cosas, para no volver a doler.


Mujer con familia de marioneta y el mundo representando el control

Y claro… cuando estás en esa energía, parece lógico: si controlo, estoy a salvo.

Si controlo, no me sorprenden.

Si controlo, nadie me decepciona.

Si controlo, no me siento vulnerable.

Pero lo que en realidad pasa es que te vas cerrando al flujo de la vida.

Porque controlar es lo contrario a confiar, a conectar con la certeza.


Controlar es una manera de resistir lo que ya está sucediendo.

Y resistir… cansa.

Cansa el cuerpo,

cansa la mente,

cansa el alma.


Quizá por fuera parece que todo está bajo control, que todo funciona, que cumples, que puedes con todo. Pero por dentro hay tensión.

El estómago apretado.

La respiración corta.

Una presión en la garganta y pecho.

Taquicardia, angustia.

La mente ocupada en escenarios que todavía ni existen.

Y ese intento constante de “que nada se salga del plan” te aleja del presente. Te desconecta de ti. Dejas de sentir.


Y cuando dejas de sentir, dejas de vivir.

El control es una ilusión que la mente crea para protegernos del miedo a perder. Pero en ese intento por no perder, terminamos perdiendo la paz.


Y lo más profundo de todo esto es que la mayoría de las veces no controlamos por ego… sino por amor. Por amor mal entendido. Por amor mezclado con miedo. Porque queremos que las personas que amamos estén bien, que no sufran, que aprendan, que no repitan errores… y creemos que sabemos cómo deben hacerlo.


Y ahí empieza el conflicto. Porque desde ese lugar, empezamos a cargar con responsabilidades que no nos corresponden. Intentamos corregir la vida de otros, protegerlos del dolor, o decidir por ellos lo que pensamos que es mejor. Y sin darnos cuenta, les quitamos su propio camino.


Soltar el control no significa desentenderte.

No significa conformarte o dejar de cuidar. Significa confiar. Tener la certeza de que hay un orden más grande que tú. La certeza de que cada persona tiene su proceso, su ritmo, su sabiduría.


Y que la vida, cuando tú te haces a un lado, encuentra la forma perfecta de acomodarse.

Hoy quiero que hablemos de eso. De esa ilusión de que podemos controlar lo que pasa afuera, cuando en realidad lo único que podemos aprender a guiar… es lo que sucede adentro.


De cómo el control se disfraza de amor, de responsabilidad, de disciplina, de cuidado… pero en el fondo, nace del miedo.


Y de cómo, cuando empezamos a ver ese miedo con compasión, podemos abrirnos a un espacio más libre, más liviano, más real. El espacio donde la vida no necesita que la sostengas, sino que la vivas.


Así que te invito a respirar profundo. A dejar que estas palabras te encuentren donde estés. Y a permitirte mirar con honestidad: ¿en qué parte de tu vida estás intentando controlar algo que en realidad no te toca?


Quizá no lo llamas control. Quizá lo llamas “ayudar”, “asegurar”, “prevenir”, “cuidar”. Pero si detrás hay ansiedad, tensión o miedo a soltar… entonces hay control.

Y no pasa nada. Todas hemos estado ahí. Porque el control es una forma de intentar sentirnos seguras. Pero hoy, vamos a explorar una seguridad distinta. Una que no nace del esfuerzo, sino de la confianza.


Porque solo cuando sueltas el control, te das cuenta de que el flujo de la vida siempre te sostenía.

Hace poco, en una sesión, una mujer me contó algo que seguramente te va a resonar. Me hablaba con el corazón apretado, con esa mezcla de enojo, frustración y cansancio que todas hemos sentido alguna vez.


Me decía: “Silvia, no puedo más. Mi esposo no sabe cómo hablarle a nuestro hijo. Le grita, le dice las cosas con un tono fuerte… y luego yo soy la que tiene que contener al niño, explicarle, calmarlo. Y siento que si no intervengo, todo se va a desbordar. Si no le digo cómo hacerlo, si no estoy ahí, si no corrijo… él va a seguir dañándolo.”


Y mientras me hablaba, sus ojos se llenaban de lágrimas. Porque no lo decía desde la rabia, sino desde el miedo. Miedo a que su hijo creciera con heridas. Miedo a que repitiera historias. Miedo a que el amor no alcanzara.


Y me dijo algo que se me quedó grabado: “Yo sé que no puedo controlar todo… pero si no lo hago, ¿quién lo hace?”


Esa pregunta me hizo quedarme en silencio un momento. Porque ahí está la raíz del control: la creencia profunda de que si yo no lo hago, nadie lo va a hacer bien. De que la vida no se sostiene sola. De que si no estoy en alerta, algo malo va a pasar. Y eso, aunque parezca responsabilidad, es en realidad miedo. Miedo a confiar.


Le pedí que respirara. Que se conectara con su cuerpo. Y le pregunté: “¿Qué pasaría si dejas que ellos se encuentren? Si no corriges, si no traduces, si no te metes entre ellos… si simplemente permites que tengan su propio vínculo, aunque no sea como tú quisieras.”


La miré y se quedó en silencio. Ese silencio no necesita palabras porque sabes que tocó algo profundo.


Y después de unos segundos, me dijo: “Me da miedo que mi hijo deje de querer a su papá.”

Y en ese momento entendí algo importante: no era solo miedo a que el niño sufriera, era miedo a que el amor se rompiera, a que el vínculo se dañara para siempre.

Pero conforme fuimos trabajando, apareció algo más profundo. No era solo miedo a lo que pasaba entre su hijo y su esposo… era miedo a soltar ese lugar de sostener. Esa creencia tan arraigada de que si ella no cargaba a todos emocionalmente, mentalmente, energéticamente, todo se iba a venir abajo.


Vivía con la sensación de que su familia se sostenía gracias a su esfuerzo constante, y que si un día se relajaba algo se rompería en la familia. Pero al mismo tiempo estaba perdiendo toda la oportunidad de disfrutar, de elegir pensar en ella, y se estaba dejando en último plano.


Entonces no solo controlaba lo externo… se estaba negando la posibilidad de vivir su propia vida.


Y cuando lo vio con claridad, entendió de dónde venía todo: ese mandato inconsciente de que gozar es peligroso, de que si disfrutas, algo malo pasa. Así que había aprendido a reprimir el gozo, a poner la felicidad en pausa hasta que todo estuviera “en orden”. Y claro… ese orden nunca llegaba.


El control se había vuelto su manera de sostener la seguridad de todos, pero también la cárcel que le impedía sentirse viva.


Y ahí entendió que soltar el control no era dejar de cuidar a su familia, sino permitirse confiar en que no todo dependía de ella. Que podía disfrutar, que podía descansar, que podía reír sin que el mundo se derrumbara.


Y que cuando ella se daba permiso de vivir, la familia también se reorganizaba. Porque la energía de quien sostiene cambia todo.


Y esto lo podemos repetir en todas partes: en la pareja, en la maternidad, en el trabajo, con las amigas, en la vida. Creemos que controlar es proteger. Pero en realidad,


controlar es impedir que la vida haga su trabajo.

En el caso de esta mujer, lo que realmente dolía no era cómo su esposo hablaba, sino que ella no confiaba en que la vida podía enseñarle a su hijo lo que necesitaba aprender, incluso a través de ese padre imperfecto. Y tampoco confiaba en que ella podía sostener lo que se moviera si no intervenía.


Lo que buscamos controlar, casi siempre, es lo que más tememos sentir. El enojo, la frustración, el rechazo, el caos; en este caso el placer también. Y para no sentirlo, intentamos ajustar lo externo.


Pero el control no resuelve el miedo. Solo lo posterga. Y cada vez que lo ejercemos, reforzamos la idea de que sin control no hay seguridad. Pero eso es justo lo que mantiene el miedo vivo.


Cuando esta mujer empezó a observarse, a notar cómo su cuerpo se tensaba antes de que su esposo siquiera hablara… se dio cuenta de que vivía anticipando la escena. No estaba presente. Ya iba por delante, en modo “proteger”, “corregir”, “contener”. Y desde ahí, su energía era control, aunque sus palabras sonaran amorosas.


Entonces trabajamos en algo muy simple, pero muy profundo: volver a la neutralidad primero. Claro, después de atender desde el subconsciente el tema del placer y priorizarse. Cada vez que sintiera el impulso de “entrar” o “corregir”, poner una mano en su pecho y preguntarse: “¿Esto nace del miedo o desde la neutralidad?” Y si era del miedo, quedarse con ella misma primero. No actuar. Solo sentir, llevarlo al cuerpo. Dejar que el cuerpo suelte el impulso de rescatar.


Poco a poco, empezó a notar algo curioso: cuando ella no intervenía, el esposo y el hijo encontraban su propio equilibrio. No era perfecto. No era como ella lo habría hecho. Pero era real.


Y su hijo empezó a mostrar algo distinto: más seguridad, más autonomía, más claridad de límites. Porque ella dejó de ser el puente y empezó a ser raíz.


Cuando soltamos el control, no perdemos poder. Recuperamos energía.

Y desde ese espacio, podemos acompañar sin interferir, amar sin imponer, sostener sin ahogar.


A veces creemos que somos el centro que mantiene todo unido. Pero la vida no necesita que la sostengas. Solo que la escuches.


Esa mujer me dijo semanas después: “Cuando dejo que ellos tengan su momento, aunque no sea como yo quiero, siento miedo… pero también siento alivio. Y cada vez dura menos el miedo y más el alivio. Además, estoy comenzando a tener pequeños momentos para mí, sin culpa, sin sentir que todo se derrumba porque yo estoy conmigo sin sostener a nadie."


Soltar el control no es un acto de fe ciega. Es permitir que la vida te muestre que puede sostenerte sin que la dirijas.


Cuando hablamos de soltar el control, la mente enseguida dice: “sí, claro, lo entiendo… quiero soltar”. Pero una cosa es entenderlo y otra es integrarlo y permitirlo. Y entre una y otra, está la resistencia.


La resistencia aparece justo ahí, en el punto en que algo dentro de ti quiere avanzar, pero otra parte teme lo que pueda pasar si lo hace. No es enemiga. La resistencia es una guardiana. Solo te está mostrando dónde todavía no confías.

Y tiene muchas formas.


A veces es mental. Se disfraza de pensamiento lógico, de “solo estoy previendo”. Te dice cosas como: “Es que si no lo hago yo, nadie lo hace bien.” “Solo quiero evitar un problema.” “Necesito entenderlo antes de soltar.” Pero detrás de ese pensamiento racional, lo que hay es miedo a no tener el control del resultado. Miedo a sentir incertidumbre.


Otras veces la resistencia es emocional. Surge como enojo, culpa o ansiedad. Porque soltar el control también significa soltar el personaje que siempre resuelve, que siempre puede, que siempre sostiene. Y ese personaje se ha vuelto una identidad. Entonces, cuando aparece la posibilidad de soltar, se siente como perder una parte de ti. Y el cuerpo responde con emociones intensas: llanto, irritación, impaciencia, incluso una sensación de vacío como parte de entrar en lo desconocido. Recordemos también que esa identidad surgió en algún momento como mecanismo de sobrevivencia. Y esa parte hay que atenderla.


Y otras veces la resistencia es corporal y energética. Tu cuerpo presenta toda esa resistencia hacia lo desconocido porque tu sistema nervioso se altera, quiere tomar el control, es a lo que está acostumbrado y soltar lo toma como señal de alerta. Se puede tensar en hombros, mandíbula y la respiración acelerarse. A veces aparecen molestias físicas, cansancio, rigidez o dolores sin causa aparente, como dolor de cabeza, opresión en el pecho o simplemente una sensación de angustia que no te deja disfrutar. El cuerpo recuerda lo que fue perder el control en el pasado y todavía intenta evitarlo. No confía en que puede sostener la vida sin apretar.


Por eso, soltar el control no es un acto mental. Es un proceso de confianza que se practica en el cuerpo, una y otra vez.


Cuando observas la resistencia sin pelear con ella, sin querer que se vaya, se empieza a suavizar.

Porque en realidad, lo que más necesita es ser escuchada.


Cuando empezamos a reconocer estas formas de resistencia la mental, la emocional y la corporal, nos damos cuenta de que soltar el control no es algo que se logra de un día para otro. Es una práctica. Un volver, una y otra vez, al cuerpo, a la confianza, al presente.


Por eso, preparé dos herramientas para acompañarte en ese proceso. La primera es una práctica sencilla para volver a tu cuerpo en esos momentos en los que sientes la urgencia de intervenir, de resolver, de controlar. Y la segunda es una visualización corporal y energética para que puedas soltar desde dentro, suavemente, permitiendo que el cuerpo recuerde lo que es confiar.


Ambas están disponibles por separado, para que las escuches cuando lo necesites: una para usar en el día a día, y la otra para conectar más profundo contigo, cuando quieras regresar al flujo de la vida.



Porque soltar el control no es desentenderte, es aprender a acompañar lo que sucede sin resistirlo.

Es un acto de confianza, pero también de amor. Amor hacia ti, hacia tu cuerpo y hacia la vida misma.


Y tal vez, poco a poco, empieces a notar lo que también notó la mujer de la historia: que cuando tú sueltas un poco, la vida encuentra su propio orden. Que no todo se desmorona. Que nada “se cae” porque tú descanses. Que incluso cuando no estás sosteniendo todo, la vida sigue sosteniéndote a ti. Y eso, al final, es la verdadera libertad.


Gracias por estar aquí, por abrir este espacio dentro de ti para mirar el control desde otro lugar.


Si este blog te resonó, compártelo con alguien que también esté aprendiendo a confiar, y acompáñame en el siguiente blog de esta mini serie Soltar el Control, donde hablaremos de lo que significa caminar sin garantías.

Nos leemos pronto.


Mientras tanto, respira… y recuerda que no necesitas controlar la vida, solo permitirte fluir con ella.


Con amor,

Silvia

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