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Las Trampas del Perdón

  • 6 oct
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: hace 5 días

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Nos enseñaron que perdonar era una virtud.

Que las personas “buenas” perdonan y las que no lo hacen se quedan atrapadas en el rencor.

Pero el perdón, tal como lo aprendimos, muchas veces se convierte en una carga.

Una meta que intentamos alcanzar con la mente cuando el alma lo que busca es comprensión.

Porque el perdón no nace de las palabras “te perdono”, sino del instante en que entiendes lo que esa experiencia vino a enseñarte.

La mente quiere cerrar capítulos.

El alma quiere comprenderlos.

Y ahí está la diferencia entre soltar de verdad o simplemente pretender que ya lo hicimos.

En este artículo quiero acompañarte a mirar las cinco trampas más comunes del perdón.

Esas formas sutiles en que el ego espiritual se disfraza de amor cuando en realidad está evitando sentir.

No para que las juzgues, sino para que puedas reconocerte en ellas con compasión.

Porque todas hemos estado ahí alguna vez.

Hace algún tiempo acompañé a una persona que me decía: “Silvia, yo ya perdoné a mi papá.”

Lo decía orgullosa.

Había leído sobre el perdón, había hecho rituales, cartas, meditaciones…

Y sin embargo, cada vez que hablaba de él, su cuerpo se tensaba.

En sus relaciones actuales seguía apareciendo el mismo patrón: hombres emocionalmente ausentes, poco disponibles, incapaces de quedarse cuando ella abría el corazón.

Al principio pensó que tenía mala suerte, hasta que empezó a mirar más profundo.

Se dio cuenta de que, aunque “ya lo había perdonado”, en el fondo seguía tratando de demostrarle a su papá que era digna de amor.

No era falta de perdón hacia él.

Era falta de comprensión hacia ella.

Su niña interior aún creía que si era buena, comprensiva y espiritual, entonces podría ganarse el amor que no recibió.

Cuando entendió eso, el peso del perdón desapareció.

No porque él cambiara, sino porque ella cambió la forma de mirarse.

Creemos que perdonamos al otro, pero lo que realmente necesitamos es dejar de exigirnos a nosotras mismas que nunca debimos habernos lastimado.

Manos detrás de una reja como en prisión

Las cinco trampas del perdón

1. Creer que alguien te hizo algo

Nadie te hace nada.

Lo que estás viviendo es justo lo que necesitas para ver algo en ti que no habías querido mirar.

Cuando crees que alguien “te hizo algo”, entregas tu poder.

Es como decir: “Solo si el otro cambia, yo voy a poder estar bien.”

Pero cuando comprendes que esa situación te está mostrando una herida no resuelta, recuperas tu energía.

Esto me recuerda a una mujer que se sintió traicionada por su mejor amiga.

Llegó con olor, enojo y desilusión.

Pero al profundizar, vio que lo que más le dolía no era la traición, sino haber ignorado las señales por miedo a poner un límite.

El “ella me traicionó” se convirtió en “yo no quise ver”.

Y en ese instante, el perdón deja de ser necesario, porque ya no hay culpa, solo comprensión.

2. Si algo te incomoda, hay un mensaje para ti

La incomodidad no es un error en tu vida.

Es la forma en la que tu alma te dice: “Hey, aquí hay algo pendiente de observar.”

Pero el ego la disfraza de justificación: “No es para tanto.” “No debería molestarme por esto.”

Así aprendimos a callar lo que duele.

Sin embargo, esa incomodidad es una puerta que te invita a mirar más profundo.

Por ejemplo, una mujer que me decía que se sentía incómoda cuando su amiga platicaba sobre su éxitos y logros.

En la superficie parecía envidia, pero después de profundizar, descubrió que era su propio deseo reprimido de brillar.

El perdón no se trata de “no sentir envidia”.

Se trata de escuchar lo que la envidia está tratando de mostrarte.

3. El personaje al que crees que “necesitas perdonar” es solo el mensajero

No lo crucifiques.

Tú hiciste un trato con él o ella, aunque no lo recuerdes, para ver algo que necesitabas ver.

Puede ser un trato incómodo, sí, pero profundamente amoroso.

Piensa en las veces que alguien te confrontó con algo que no querías aceptar:

una pareja que te mostró tu dependencia,

un jefe que te obligó a poner límites,

un hijo que sacó tu impaciencia.

Cada uno de ellos fue un mensajero.

Cuando dejas de crucificarlos, puedes integrar el mensaje.

Y cuando entiendes el mensaje, el mensajero deja de tener poder sobre ti.

4. No hay nada que perdonar

Si hubieras sido esa persona, con su historia, su árbol y sus heridas, habrías hecho exactamente lo mismo.

A veces cuesta aceptarlo, sobre todo cuando el dolor fue grande.

Pero esta frase encierra una sabiduría inmensa: todos actuamos desde lo que sabemos hoy.

Cuando observas desde este lugar, el juicio pierde sentido.

No hay “buenos” ni “malos”, solo humanos aprendiendo.

No hay “buenos” ni “malos”, solo almas aprendiendo.

El perdón entonces se transforma en comprensión.

Comprender no borra lo que pasó, pero sí cambia la forma en que vives con ello.

5. Creer que tienes que perdonar te coloca por encima, en juicio

“Yo ya lo perdoné.”

Esa frase a veces esconde un ego espiritual que quiere tener razón.

El amor no necesita sentir que va un paso adelante.

Porque mientras creas que el otro se equivocó y tú ya aprendiste, sigues en la separación.

Y donde hay separación, no hay amor.

El amor verdadero no necesita perdonar, porque comprende.

Comprende que ambos estaban haciendo lo mejor que podían con lo que sabían en ese momento.

Desde ahí, la relación se santifica en amor e igualdad como decimos en UCDM y la energía vuelve a fluir.

No hay paz en negar el dolor.

Solo la hay en comprenderlo.

Y comprender no es justificar.

Es mirar lo que fue sin exigir que sea distinto.

Es como cuidar un jardín: no puedes sanar la tierra si solo cubres las raíces con flores.

Tienes que remover la tierra, ensuciarte las manos, mirar lo que está debajo.

El perdón auténtico nace cuando puedes ver tus raíces sin juicio ni vergüenza.

Cuando te atreves a mirar tu propia historia con la misma ternura con la que mirarías la de un niño.

Desde ahí, el dolor deja de ser enemigo y se vuelve maestro.

Práctica para integrar

Esta semana, en lugar de intentar perdonar algo, practica observar sin juicio.

Cada vez que sientas una incomodidad o una tensión, detente y pregúntate:

¿Qué parte de mí no está en paz con esto?

No busques entenderlo con la mente.

Permite que el cuerpo te lo diga.

Tal vez lo sientas en el pecho, o en el estómago, o en la garganta.

Solo nota dónde está.

Y si quieres hacerlo más tangible, cada noche escribe en tu journal una sola frase:

“Hoy me di cuenta de que…”

No importa si la frase es pequeña o confusa.

Lo importante es que empieces a observar.

Porque cuando observas sin juicio, la comprensión llega sola.

No necesitas perdonar.

Solo necesitas comprender lo que esa experiencia vino a mostrarte.

El amor no necesita perdonar, porque comprende.

Y cuando comprendes, el pasado deja de doler y se convierte en sabiduría.

Gracias por acompañarme en este primer blog de El arte del perdón.

No te pierdas el próximo donde exploraremos algo aún más íntimo: cómo perdonarte a ti misma.

Hablaremos de la culpa, la exigencia y la ternura que transforma la herida en comprensión.

Con amor,

ree

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